Salvemos el mundo ahora, nosotros que podemos, nosotros que somos tan inteligentes y entendemos de que se trata la justicia y la igualdad, nosotros que levantamos la bandera de la libertad y la paz, nosotros que sacrificamos nuestros deseos individuales por los otros, nosotros que no consumimos aquello a lo que una gran parte de la población no tiene acceso. Nosotros que le decimos “No” a un sistema que deja a otros por fuera, que especula con la vida de las personas, que genera miseria y pobreza, que avala el abuzo y la guerra, que infecta el mundo…
Es muy curioso que las personas a menudo se muestren en descuerdo con el sistema económico dominante en el plano de la razón y no en el de la conducta. Y lo que lo hace curioso es la ligadura al sistema que muestran en un plano y en el otro. Curioso por que solo una es efectiva ya que liga a la persona en tanto que la otra no desliga. O sea, a partir de la razón el individuo puede oponerse al sistema pero no desligarse, en cambio a través de la conducta no sólo se liga sino que contribuye a su funcionamiento. Pero, en efecto, ambos planos están ligados al sistema. Uno se liga en la contribución, el otro en desligarse de la misma. En síntesis, no nos hacemos cargo de que contribuimos con un sistema con el que estamos en desacuerdo. Y se entiende que esto pase, es horrible pensar que de algún modo por diverso que sea proyectamos nuestro porvenir amoldado a un sistema que minimiza al extremo el valor de la vida en toda su extensión. Y obviamente no nos queda otra ¡Menos mal! ¿Si no que defensa tendría la razón ante la moral y la ética? Nos volveríamos locos.
Por otro lado, y esto es lo que me llama la atención por sobre todo, nadie imagina la cosa de otra manera. Proponen otras políticas pero nada interesante. Nadie puede ver otro futuro que el de los hombres ordenados en un organismo que funciona sistemáticamente. Pese a todos los índices de esta imposibilidad insisten caprichosamente, apuestan a la sistematización de la vida convencidos hasta la coronilla. Pero con tanta altanería nadie se compromete con el otro, todos están impregnados de vanidad y egoísmo, no hay uno que resigne un solo día unos de sus vicios por el otro, ni hablar de lo que nos da estatus y prestigio. Todos estamos atrapados en la esta celda biológica llamada cuerpo, cuna de diferencias e injusticias, abusos y corrupción. El camino del “ser” es otro, no es la igualdad ni la justicia, en el camino del “ser” el cuerpo es poca cosa, la materialidad es una eventualidad, una circunstancia que algún día será superada. El “ser” se dirige hacia la independencia corporal, se dirige hacia la liberación del espíritu, todo lo demás es vanidad humana, ese obstáculo contra el que lucha el “ser”, esa obsesión de ordenarnos como fichas de tablero y manipularnos indefinidamente. El “ser” está mucho más allá de todo esto, el ser no necesita sistemas ni orden ya que desborda lo físico y lo temporal, el “ser” busca la perfección, volver a ser Dios…
Ni siquiera el amor puede liberarnos. Solo la perfección puede libertar el alma, salir de este mundo imperfecto de simbologías para entrar en un universo de percepción directa y sabiduría.
El hombre en tanto que hombre no podrá cambiar su destino, convivir con un espíritu al cual no entiende y por el cual se confunde y enloquece. Ojala un sistema político pudiese acabar con esta desgracia. Pero no, el hombre es eso que esta entre la biología absoluta y la espiritualidad absoluta, el único capaz de percibir algo tan complicado y traumático como la contradicción. El único condenado al sufrimiento ya que solo para él existe, sufrimiento que no mitiga ni la igualdad ni la justicia, sufrimiento que despierta por ser lo que somos….
martes, 5 de febrero de 2008
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